Arte e inteligencia artificial: ¿puede un algoritmo revolucionar la creatividad?

La tecnología no solo ha cambiado nuestra forma de ver el mundo. También ha afectado a todos los procesos creativos, desde la escritura hasta el diseño gráfico. Sin embargo, ¿puede una máquina crear su propio arte?

 

Un ordenador puede ser un lienzo, pero también puede convertirse en un ente creativo en sí mismo. Hoy un software ya es capaz de desarrollar contenidos que antes se consideraban exclusivos de la inteligencia humana: componer música, diseñar el cartel para una película o escribir poesía.

Hay quienes aseguran que el pensamiento artístico no puede emularse mediante algoritmos. Sin embargo, algunos ejemplos indican que la frontera entre la creatividad humana y la computacional no siempre está tan clara.

Por resumirlo de alguna manera: cuando tenemos una idea, esta no surge de la nada. Por original que nos parezca un nuevo pensamiento, no haya nada «mágico» en el proceso creativo. De alguna forma (y aunque no sepamos explicar cómo), las ideas surgen a partir de combinar informaciones diversas que hemos procesado y almacenado.

La creatividad computacional no es algo nuevo. Desde los años 50 se ha experimentado con la composición musical (un campo que hoy ya produce canciones indistinguibles de piezas escritas por un ser humano). Sin embargo, ¿puede la inteligencia artificial llegar a ser más que una herramienta?

Hay programas que escriben artículos periodísticos breves (de momento, todavía no son capaces de crear novelas complejas). Pero en el ámbito de la pintura ya hay «máquinas» que pintan cuadros que se cotizan en el mercado del arte.

Un ejemplo de IA con «éxito» artístico es el algoritmo conocido como Botto, creado por Mario Klingemann. Botto ha expuesto en Londres, Nueva York y la Bienal de Venecia, y ha generado ganancias millonarias. Otro caso es el de Ai-Da, una robot artista, bautizada en honor de la pionera Ada Lovelace (1815 – 1852), creadora del primer algoritmo informático. Ai-Da no solo pinta cuadros: también concede entrevistas.

Finalmente, en 2022 se produjo un hecho insólito (y, en cierto modo, polémico): una obra generada a través de IA ganó un concurso de bellas artes en la Feria Estatal de Colorado, en Estados Unidos. Su título es «Théâtre D'opéra Spatial» y surgió a través de un software llamado Midjourney. Por supuesto, el premio fue recogido por una persona de carne y hueso, que fue quien dio las instrucciones iniciales al programa. Sin embargo, ¿de quién es la autoría intelectual? ¿Y dónde está el límite?

Este fenómeno está al alcance de cualquiera a través de herramientas como Dall-E, que permite generar imágenes a partir de textos con resultados sorprendentes. Puedes comprobarlo en una versión básica aquí. Solo tienes que escribir una descripción (por disparatada que sea; por ejemplo, «Snoopy pintado por Van Gogh») en la barra de búsqueda; dale al botón y, en poco tiempo, el algoritmo te devuelve un cuadro con nueve imágenes. (Atención: los resultados que ofrece esta demo abierta pueden ser… muy inquietantes).

Todos estos avances plantean cuestiones que hasta hace poco tiempo pertenecían al ámbito de la ciencia ficción: ¿cuáles son las repercusiones jurídicas y éticas de la creatividad «robótica»? ¿Llegaran a desplazar estos programas a la imaginación humana en propio terreno?

La inteligencia artificial es cada día más competitiva. Asimila los datos que le proporcionamos y, por lo tanto, aprende de nosotros. Puede que los androides empiecen pronto a soñar con ovejas eléctricas, pero lo más importante es que jamás reproduzcan los mismos errores que cometemos los humanos.